La ciencia como medio transformador del hombre a través de la historia
El hombre descubre, describe y maneja los conocimientos; tiene una curiosidad apriorística, no se cansa, no cesa, tiene comezón en sus oídos y mente. Dicho pulso natural le hace penetrar en los saberes para después comprender la realidad, ya que al comprobarlos se les designa como ciencia, es decir, un estudio sistemático verificable de los fenómenos.
Desde que la filosofía fungió como madre de las ciencias se hizo notar la necesidad preponderante de conocer la razón de ser de los fenómenos, las cosas y el hombre: ¿Para qué estamos aquí?, ¿existe una verdad comprobable?, ¿cómo se compone el universo?, ¿existe un creador, un proveedor, un Dios? Y si así fuese ¿Cómo es?, ¿quién regula la naturaleza? Estas cuestiones se han postergado hasta la actualidad y han ido configurando al hombre como una máquina de especulación. No obstante, hoy queda insatisfecha una pregunta: ¿Qué es el hombre?
Para responder dichas preguntas las culturas antiguas como Egipto, Fenicia, Mesopotamia y Grecia establecieron como punto de partida del saber la variación de un pensamiento dual, es decir, el idealismo y el materialismo impregnaron sus visiones sobre la humanidad llevándola a elegir entre dos mundos. Estas cosmovisiones múltiples han albergado estructuras similares, por ejemplo, el materialismo converge en que la realidad última es la materia: antípoda de la idea. Tal herencia milenaria de polarizar la realidad en idea o materia se ha inculcado en cualquier cultura, sin embargo, por otra parte, la tradición oriental se ha erigido en una visión holística en la que permanece la trascendencia: mundo espiritual y material permanecen juntos.
En contraste, en nuestros tiempos se observa, de un modo hegeliano, que la cultura actual se sintetiza hacia la modernidad tecnológica y que por lo tanto el hombre está propenso a cambiar su realidad sin poder transformar sus adentros, es decir, la cultura se difumina en artilugios sin cambiar su corazón: su necesidad de trascendencia fue supeditada a la materia, y así, se olvidó de su espíritu. No obstante, no siempre fue así ya que en algunas culturas antiguas la tecnología cobraba un valor suprasensible debido a que ésta propiciaba un medio para que el hombre trabajara en el ser y así estuviese abierto a él; como ejemplo de ello se encuentra la escritura.
Cuando los medios escritos comenzaron a aparecer, el hombre tomó conciencia de otros panoramas y otras nociones de la realidad debido a que la letra plasmada en el papiro, pergamino y papel permitió a cada persona perpetuar su sentimiento y pensamiento; lo que significó que los signos cobraron un valor fundamental para la transmisión de ideas e intuiciones fenoménicas. Esta fijación en los caracteres transformó la vida porque la ciencia desplegó su saber a través de ellos: el conocimiento ya no fue comunicado de forma oral sino que lo escrito tomó preponderancia para la enseñanza.
De este modo, surge otra cuestión: ¿Cómo transmutará la sociedad y el saber por la preeminencia de los flujos de información a través del código binario? Por ende, nos damos cuenta que muchos de los primeros cuestionamientos suscitados en el hombre quedan inconclusos: ¿Qué es el hombre? ¿En qué nos convertimos?
“El hombre está aprendiendo a maquillarse para embellecerse, sin embargo, sigue sin aprender a adornar su corazón.”
Michell Giovanni Parra Al.