lunes, 2 de noviembre de 2009

Día de muertos...


2 de noviembre, día de muertos, no tengo lugar a donde ir, no puedo ir a visitarme a mí mismo y redescubrir mi agonía. El panteón no está en el monte sino en mi propia casa, mi epitafio dice “no existe nadie” y me pregunto cuándo dejé de existir.

Es irrelevante la flor silvestre que se tiende a la víspera de la tumba, nos reímos de la muerte en mi México querido sin entender que bajo nosotros se calcinan los sueños que algún día pudieron ser, sin comprender que ya no hay espíritu sino materia inerte que tarde o temprano llegará a formar anatómicamente parte en algún ente; y ese es nuestro ciclo: nacer, crecer, vivir soñando o soñar que vivimos una película en donde nuestros rostros son los protagonistas de la “libertad”.

No sé cuando dejé a mi cuerpo caminar solo en los bulevares que interconectan los ideales con la realidad, y cómo no alcancé a la cúspide del elixir que me hacía vivir eternamente en lo inverosímil y en los sueños cumplidos, morí. Cerré la vista por el compendio de azufre y estiércol que tiñe mi mundo en que nací. Morí porque nací a la realidad. Fallecí en el momento que intuí la complejidad de la mentalidad humana y discerní entre lo veraz y lo falaz. Dejé a mis pies deambular cuando volteé atrás y recordé que nadie iba conmigo.

¡Feliz día de muertos, queridos amigos!