Cuando John Locke le dijo a la filosofía que el hombre venía con una tabula rasa (sin nada escrito – tablilla sin ninguna inscripción), negando de esta forma las ideas innatas, abrió dos vías para que la epistemología fuese entendida a partir de una divergencia existencial que nos remontaba a comprendernos ontológicamente; esto fue así porque su afirmación nos determinaba a ser totalmente libres de nuestras construcciones.
Por otro lado, el existencialismo de Sartre señala que el hombre está condenado a ser libre, nada de lo que el individuo haga está afuera de su libertad y responsabilidad, y en tal sentido, comprendiendo de modo similar el pensamiento de Locke, nos encontramos delimitados por algo que puede acabar o afirmar nuestro modo de pensar: la deconstrucción de esencias.
La deconstrucción de esencias debe entenderse como la posibilidad de redirigir la constitución de lo que somos al grado de que en la existencia construyamos nuestra identidad. Por esto, el venir “en blanco” permite una ventaja y una desventaja: la oportunidad de ser lo que queramos y decidir quiénes seremos, y la imposibilidad de saber qué somos y por qué existimos.
Gran parte de la historia de la filosofía y las religiones se ha reducido a estas dos cuestiones. Por un lado, Platón consideraba un alma aprisionada por el cuerpo que, sin embargo, podía recordar las ideas que antes había contemplado en el topos uranos; Aristóteles veía al hombre como animal racional; Orígenes pensaba al hombre como el “ser que cree”; el cristianismo lo concibe como la creación hecha a imagen y semejanza de Dios; Foucault no sólo esgrime algo radical, sino que declara la muerte del hombre; Freud comprendía que el “yo” era producto de una fragmentación del niño al concebir al seno de la madre ajeno así mismo; y en fin, la lista sigue… La respuesta de la tabula rasa nos responsabiliza, pues“no venimos con ninguna idea prefijada”. Nosotros somos los únicos capaces de erigir un castillo conceptual e ideas acerca de la vida, de la muerte, del amor, de los valores, de la moral, de la sociedad, de la filosofía. Sin embargo, aún queda la duda, ¿qué (o quiénes) somos que necesitamos tantas conceptualizaciones lingüísticas? ¿No será que toda delimitación lingüística es el encubrimiento de lo real? ¿Sería posible que la aceptación de mi propia responsabilidad como constructor de mi esencia me aleje de ésta misma? O mejor dicho ¿Es probable que la fijación en una esencia me aleje de mi oportunidad de darme en la existencia como algo que tiene múltiples potencias? Cualquiera que sea la respuesta hay que tomar en cuenta lo que entre líneas recalqué anteriormente: con tabula rasa o sin ésta estamos determinados, en tal sentido, somos libres a partir de nuestra delimitación. Además, siendo más estrictos, tenemos un campo amplio de pensamiento al comprender que en nosotros está la posibilidad de interactuar con conceptos, y esto, no parece accidental, sino necesario.